martes, 15 de septiembre de 2009

Un final... un comienzo

Tres cosas en la vida me han sostenido los últimos meses, aun cuando pensaba que ya no daba más: mi familia, mis amigos y trabajar en algo que me apasiona. Estuve en un momento de esos en que creí que ya no creía… en nada. Nos es fácil aprender, no es fácil dejar ir a alguien, no es fácil tener conciencia de la muerte… no es fácil encontrar el coraje para vivir.

Un día me levanté y comprendí que ya no quería llenar mi vacío con falsas expectativas, que no quería conformarme con afectos a medias y que, aunque mi abuela (quien era mi compañera en muchos sentidos) se había ido, yo estaba aquí. Y ocurrió uno de esos “pequeños milagros” de esos que de tan sencillos pasan inadvertidos. Yo de verdad quería pensar que los milagros existían.

Nadie supo cuándo decidí entrar a la asociación, ni siquiera mi familia, preferí comenzar sola. Y el primer día que me paré en el hospital pensé que no podría lograrlo… todos los recuerdos agolpados en mi cabeza: el olor a hospital, los médicos, las enfermeras, el dolor y la angustia en los rostros… cuando caminé por primera vez por aquellos pasillos tuve que detenerme un momento y reunir fuerzas.

Entonces los conocí. Primero a Toño, a Jaqueline y a Miguel. Recuerdo que en un principio tuve que lidiar con ese infantil sentimiento, ese temor a no “encajar”. Luego llegaron Karla, Daniel… y Alejandro. Casi sin darme cuenta, ya pertenecía a algo, algo que me hacía “creer” que las cosas podían cambiar. Si mi abuela estuviera aquí seguro querría verme satisfecha, tanto como lo estoy cada fin de semana que visito el Hospital General.

Muchas veces me pregunté si en verdad aún existían personas que valieran la pena: esos son mis compañeros del hospital. Estoy donde quiero estar y puedo ser como soy, aunque suene trillado. Puedo hablar de cosas serias, puedo reír, puedo decir lo que pienso… puedo “construir” algo distinto con ellos.

Aunque no lo hablemos mucho, sabemos que nos unen emociones y experiencias que de alguna manera nos han marcado. Mucha gente vive quejándose… de todo: jamás mueven un dedo. Mientras tanto, otros le ofrecen al mundo muchísimo más de lo que éste les exige… esa es la diferencia.

El cáncer de mi abuela me trajo momentos dolorosos y tristes, sin embargo, con el tiempo ese mismo cáncer me ha enseñado el valor de vivir, de amar, de compartir… de sentir. Cuando pienso en la falta que ella me hace, cuando pienso en que quizás no hubo tiempo suficiente… entonces comprendo que cada día es una oportunidad para hacerlo mejor.

***

Dejo una rola que me gusta mucho, se llama Dare you to move y es de Switchfoot; curiosamente, forma parte del sound track de una despedida... la escuchaba momentos antes de saber que mi abuela había muerto.




1 comentario:

  1. Es precisamente en ese lugar que una mujer me enseñó que lo importante no está en cuando "despeguemos" de este planeta sino lo recorrido en la pista de despegue.

    Como ya te había dicho, excelente rola.

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